El Blog de Javier "el Profe" Romero

martes, enero 27, 2009

(H)Ojeando los diarios de hoy me encontré con que


-Daniel Scioli no le dijo nada a Diego Schurman de Crítica.

-La Nación, que había dicho que Lula estuvo en la asunción de Barak Obama para dar el ejemplo de lo que deben hacer los países serios y responsables, y no sucios y tercermundistas como este, olvidó mencionarse en el artículo que hace referencia a la crítica de Cristina.

Acá el artículo de Artemio que nos puso en aviso.

Aquí el articulo de La Nación distraída.


-Alcira Argumedo desde Proyecto Sur y desde Página/12 le responde a la gente de Carta Abierta sus críticas a Pino Solanas y Cía.


-Clarín, al explicar la suspensión de jubilaciones de privilegio, nos cuenta el rol de Eduardo Duhalde en el favorcito a Martinez de Hoz y el buenazo de Roberto Alemann.

¿No me creés?, fijáte en el útimo párrafo.


Bonus TrackEl humorrrrrrrrrrrrrrr del Perro Verbitsky.

martes, enero 20, 2009

Mirá quién habla hoy en Clarín


Acaso por un desvío profesional, suelo fijarme quienes firman las notas en los diarios. Y muchas veces no dejo de sorprenderme, sobre todo, de algunos invitados especiales. No hablo de los superevidentes, como las columnas del procesista Alemann en el diario La Razón, o las del ultramenemista Jorge Castro en Perfil, si no de otras, menos perceptibles, como la que aparece en Clarín hoy en la página 5 y que firma un tal Carlos Perez Llanas, presentado como “diplomático”.

Además de algunos cargos docentes, su principal referencia es su amistad con el ex gobernador cordobés Angeloz, destituido por enriquecimiento ilícito, y su paso por un cargo público, como embajador en Francia también es preferible obviar. (Preferible para él).

Y si no me creés, mirá la nota que salió en el mismo diario: (pinchá aquí)

viernes, enero 16, 2009

Dolor ajeno en Gaza


Sólo dañamos a los demás cuando somos incapaces de imaginarlos", leí en algún libro, no sé si de Todorov o de Carlos Fuentes. La frase se refería a gestas lejanas, como fueron la Conquista española de América o las guerras coloniales europeas del siglo XIX, cuando las crueldades de aquéllas, sufridas por pueblos "inferiores", se revestían con un nimbo de altruismo y heroicidad: misión evangelizadora o aportación de las luces de la civilización a su barbarie y atraso.

Las cosas son hoy distintas. Ya se trate de guerras de agresión, ya de supuestamente defensivas e incluso preventivas, las imágenes del daño causadas por ellas nos llegan directamente a domicilio. Asistimos en nuestra casa a las atrocidades de los bombardeos, a la muerte casi en directo de mujeres y de niños, al martilleo continuo de poblaciones aterrorizadas.

La vista sobrecogedora de ruinas, cadáveres, desesperación de los próximos a las víctimas, puede ser captada no obstante sin que imaginemos los sentimientos de impotencia, rabia o dolor ajenos, sin que nos pongamos en la piel de quienes los sufren. El rechazo voluntario o inducido al reconocimiento del daño que causamos es a menudo producto de la ansiedad, del horror a nuestro propio pasado, de temores ancestrales a su reiteración en lo por venir.

Matamos por miedo, atrapados en una espiral de zozobra, recelo e impulsos agresivos de la que es difícil escapar. A causa de ello dejamos que la fuerza de la razón ceda paso a la razón de la fuerza. No nos sentimos culpables del mal que infligimos en función del que pudiera abatirse sobre nuestras cabezas. La lógica del temor / castigo / temor no tiene fin, pero la angustia y la confianza ciega en la propia fuerza son malas consejeras.

Escribo esto a propósito de Gaza. ¿Era necesaria tal exhibición de prepotencia militar para poner fin al lanzamiento de cohetes artesanales a Sdirot y a otras localidades israelíes cercanas a la franja? El asedio por tierra, mar y aire a un millón y medio de personas hambrientas y que claman venganza, ¿conduce a una resolución del problema securitario de Israel o, más previsiblemente, lo agrava?

¿Era la única opción sobre el tapete después del minigolpe de Estado de Hamás contra la desacreditada Autoridad Palestina, como repiten a diario los portavoces militares y gubernamentales del Estado hebreo? La comunidad internacional, salvo los halcones de Bush, piensa lo contrario.

Machacar, machacar y machacar no garantiza el futuro de Israel: lo enclaustra en una mentalidad asediada que a largo plazo juega contra él. Sembrar el odio y el afán de revancha refuerzan, al revés, a Hamás, Hezbolá, y a sus mentores iraníes y sirios.

¿No es contradictorio alegar la legítima defensa del Estado judío contra "los lobos" que le rodean (empleo la terminología de un conocido analista norteamericano) y fomentar al mismo tiempo la proliferación infinita de estos "lobos" con una política de asfixia y destrucción de todas las infraestructuras civiles de la franja, incluidas escuelas, mezquitas, edificios administrativos y centros de acogida para refugiados de Naciones Unidas?

No basta con ver el destrozo cruel en los noticiarios televisivos para ponerse en la piel del daño infligido al otro: a estos centenares de miles de jóvenes de la franja, indignados por la patética incapacidad de Abbás y la complicidad en su desdicha de supuestos países hermanos, como el Egipto de Mubarak.

Cualquier observador extranjero comprobará el efecto inverso del encarnizamiento que convierte a este gueto infame en un auténtico infierno: desde la frase de un profesor, laico por más señas, reproducida en uno de mis reportajes sobre Gaza de la pasada década -"mire a los jóvenes de los campos. Viven apretujados, sin trabajo, distracciones, posibilidades de emigrar ni de fundar una familia. Poco a poco se sienten morir en vida y su corazón se transforma en bomba. Y un día, sin avisar a nadie, correrán con un arma cualquiera a una operación terrorista suicida. No les importa morir porque se sienten ya muertos"-, hasta la recogida por el corresponsal de este periódico el pasado día 5 -"la gente apoya más que nunca a Hamás porque ha llegado un punto en el que la vida y la muerte son casi lo mismo"-, los hechos confirman que el Plomo Endurecido no resuelve nada: dilata y dificulta inútilmente la ya compleja y ardua resolución del conflicto.

Confieso mi perplejidad ante un dislate como el que, tras la terrible frase de Sharon -"los palestinos deben sufrir mucho más", formulada hace siete años a guisa de programa de acción-, un intelectual como Abraham Yehoshua la acepte hoy a su manera cuando, en estas mismas páginas, afirmaba sin rubor que "la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor".

¿Se basa ello en un diagnóstico científico, en un psicómetro capaz de medir el dolor propio y ajeno? O ¿no será más bien reflejo de esta incapacidad de imaginar el padecimiento de los demás, ya fueren judíos, indoamericanos, negros o palestinos? Una oportuna lectura de Todorov nos sacaría de dudas.

El aplastamiento de Gaza no responde a una estrategia bien meditada: se funda más bien en una política oportunista de rentabilidad electoral de cara a las próximas elecciones parlamentarias, a costa de desvanecer las últimas ilusiones de quienes, desde Oslo a Annápolis, creyeron en la posibilidad de una solución dialogada, aunque desmentida año tras año, sobre el terreno, en los Territorios Ocupados: extensión imparable de la colonización, humillaciones diarias de los habitantes de Jerusalén Este y de Cisjordania, miseria y asfixia de Gaza, sobre todo después del triunfo electoral de Hamás, calificado de movimiento terrorista por Norteamérica y por una Unión Europea trágicamente desunida e incapaz de desempeñar el papel de mediador creíble que aconsejan las circunstancias.

El juego de separar el supuesto Estado palestino en dos entidades y de fragmentar el territorio cisjordano en bantustanes inviables perjudica ante todo al desacreditado Gobierno de Mahmud Abbás. Pues el radicalismo de una parte alimenta al de la otra y, con la excusa de no dialogar con los terroristas -obviando el hecho de que fueron democráticamente elegidos- el único "Estado democrático" de la región viola a diario las resoluciones de la ONU y desdeña olímpicamente la reprobación casi unánime de la opinión pública internacional.

Me vienen a la memoria la frase de alguien tan poco sospechoso de parcialidad antiisraelí como Marek Halter después de su visita a los Territorios Ocupados -"tengo miedo por Israel e Israel me da miedo"- y las reflexiones de mi amigo Jean Daniel sobre la paradoja histórica de que Israel -creado por los padres del movimiento sionista con el objetivo de constituir un Estado como los demás-, actúa desde 1967 como un Estado diferente de los demás, en la medida en que se sitúa deliberadamente al margen de la comunidad internacional que reconoció su existencia hace 60 años.

La falta de imaginación respecto al dolor de los palestinos -la capacidad ética y, a fin de cuentas, humana de ponerse en su lugar- le encierra en un callejón sin salida: el de golpear más y más duro a sus enemigos, tanto a los que se niegan a aceptar la realidad con su infausta retórica e insostenibles bravatas -las de "arrojar a los judíos al mar"- como a los que aspiran a una paz y a un horizonte compartidos mediante el retorno a la llamada línea verde, conforme a la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Escucho, con esperanza y alivio, la voz de sus intelectuales disidentes, de esos hombres y mujeres resueltos a distanciarse de la unanimidad clamorosa que señalan las encuestas por el éxito efímero de la devastadora operación militar en la franja. Son los disidentes laicos de uno y otro bando quienes abanderan la vuelta a la razón. Su aún quimérico anhelo de paz, se basa en la esperanza de alcanzar algún día un acuerdo pragmático y justo.

Simples seres humanos, ven, imaginan y sienten el daño que infligen a los otros y que no quieren para sí mismos. En la línea ejemplar de Edward Said, desarraigado a la fuerza desde su niñez palestina, se niegan a echar raíces, como los árboles en el suelo de la opresión. Quieren ser el viento y el agua, como todas las cosas que fluyen en la constante mutabilidad del río de Heráclito. ¡Ojalá un día, más temprano que tarde, la historia les dé la razón!. (Juan Goytisolo)

sábado, enero 10, 2009

Volvió Rucucu. Vieja!, echá los fideos!


El ex gobernador bonaerense Carlos Ruckauf anunció desde Villa Gessell que lanzará una nueva agrupación, referenciada en el PJ a la que llamará “Convocatoria Buenos Aires”.

"La experiencia de los grandes cargos ya la viví. Ahora quiero hacer un aporte a la racionalidad y debatir cómo se lucha contra el delito violento", dijo y señaló también que "el desempleo crece y hay que tomar medidas para que haya más trabajo”.

De esta manera Rucucu va por la revancha. Aspira a volver a ser electo diputado en octubre. Cree que se lo merece. Su historia personal le dice que es posible. El supo como sobrevivir en tiempos mucho, pero mucho más difíciles. Y que si no, que revisen su biografía política.

Carlos Federico Ruckauf llegó al Ministerio de Trabajo de la Nación en 1975 de la mano del por entonces todopoderoso sindicalista Lorenzo Miguel. Pronto se las arregló para sobrevivir en el tumultuoso gabinete trasformado en un caos después de la muerte de Perón, con el gobierno a cargo de la bailarina a cargo de la presidencia, Isabel Martinez.

Mientras los ministros rotaban y caían día tras día, supo alejarse a tiempo de Lorenzo y recostarse, primero en José Rodríguez del Smata, por entonces archienemigo del Loro y después en Casildo Herreras, famoso por su frase “yo me borré”.

Por las dudas, como además del gabinete, la que tambaleaba era Isabel, tomo algunos recaudos. Por un lado impulsó una salida que protegiera a la débil democracia, con el reemplazo de la viuda de Perón por el presidente del Senado Italo Luder. Por el otro, trabó “buenas migas” con el por entonces jefe del Ejercito Jorge Rafael Videla, que le tomó simpatía después de que firmara el decreto 261/75 que ordenaba el “aniquilamiento de la subversión”, iniciando de esa manera la guerra sucia, que completó la dictadura, en los años siguientes.

Fue denunciado por su responsabilidad en la desaparición de obreros en la empresa Mercedes Benz durante su gestión. Y sobrevivió, durante la dictadura, a diferencia de otros militantes y funcionarios peronistas, gracias a la protección del almirante Emilio Massera.

Después de los años negros el regreso del PJ al poder lo ubicó en el gobierno de Carlos Menem. Embajador en Italia primero y ministro del Interior después. De entonces tiene dos recuerdos. Fue salpicado por denuncias de corrupción en Roma y por los familiares de las víctimas del atentado contra la AMIA por el rol de las fuerzas de seguridad a su cargo.

En el 95 pegó el gran salto y fue electo vicepresidente de la mano del caudillo riojano y el guiño de Eduardo Duhalde. De nuevo los pies en las dos orillas. Y las acusaciones. La semana pasada fue citado a indagatoria por el presunto manejo irregular de fondos reservados del Senado.

En el 99 fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires dicen que gracias a la frase “hay que meter bala a los delincuentes”. De a poco se trasformaba en el principal líder opositor al presidente Fernando De la Rúa. Lo acusan de haber instigado los saqueos que acabaron con el gobierno de la Alianza, que le hubieran permitido un ascenso anticipado al poder.

Pero, siempre hay un pero, además del país, también estalló la provincia. No alcanzaron las zapatillas que había repartido con su firma entre sectores carenciados, ni ese papel de escaso valor que llamó patacón, con el que pretendió reemplazar a la moneda nacional. Entonces huyó y bajó el perfil.

Fue electo diputado en 2003 y para sobrevivir acompañó a disgusto al kirchnerismo en algunas votaciones clave. Por entonces también incursionó en el periodismo, en Canal 9, de la mano de su amigo Daniel Hadad, donde estrenó un simpático implante capilar que lo convirtió en ex pelado. Ahora, admite, quiere volver a discutir “los grandes temas de la Nación”. Por eso decidió volver.

miércoles, enero 07, 2009

Los medios y Gaza


Me parece interesante la nota que aparece hoy en Ambito Financiero (en papel, en la web no lo encontré) escrita por Hazel Ward, de la agencia France Press, sobre las dificultades para informar desde el frente de guerra.

La prensa y la guerra invisible
"Frontera entre Israel y Gaza - Los periodistas extranjeros, que tienen prohibida la entrada a la Franja de Gaza, juegan diariamente al gato y al ratón con Israel, que trata de controlar estrechamente las informaciones de su ofensiva en el territorio palestino.

En el alba del undécimo día de la ofensiva israelí, vehículos todoterreno salpicados de lodo se salían ayer de la carretera principal y recorrían un accidentado camino en busca de imágenes de soldados en acción. Tras zigzaguear por la maleza, un puñado de fotógrafos se paró cerca de dos cañones israelíes, a la espera de captar el momento en que dispararían contra Gaza. Los fotógrafos que la Policía Militar israelí -omnipresente en la zona- lograba atrapar eran arrestados y sus cámaras les eran confiscadas. A veces les destruían las imágenes. Algunos cuentan que los agentes israelíes incluso les apuntaron con sus armas.

«Es el juego del ratón y el gato», explicó un fotógrafo que pidió el anonimato. «La Policía Militar está por todas partes. Es imposible trabajar así», añadió.
Mantener alejada a la prensa extranjera es una de las medidas tomadas por las autoridades israelíes para controlar las informaciones sobre el principal conflicto mantenido por el Estado hebreo tras la guerra contra el movimiento chiita libanés Hizbulá, en el verano boreal de 2006.

La parte palestina no es mejor. Los combatientes del movimiento islamista Hamás, que controla Gaza desde junio de 2009, impiden a los civiles, incluidos los fotógrafos, llegar a las zonas donde luchan contra las tropas terrestres israelíes. Y así, el resultado es que los únicos registros disponibles de la sangrienta ofensiva son imágenes nocturnas de soldados que atraviesan la frontera, del humo que se eleva sobre Gaza y de los numerosos muertos registrados.

Esta situación contrasta con la vivida en la guerra en el sur del Líbano en 2006.
Durante la guerra en el Líbano, los soldados que volvían del frente podían hablar libremente con los periodistas, mientras que los fotógrafos y los camarógrafos tomaban imágenes del conflicto sin problemas. Ahora, en Gaza, a los soldados no les está permitido hablar con la prensa y los heridos son mantenidos también lejos de cámaras y micrófonos.

«El Ejército israelí necesita cambiar su imagen, que quedó totalmente destruida durante la guerra del Líbano, donde se vieron soldados tirados en el suelo en medio de charcos de sangre», recordó un fotógrafo francés al señalar que «ya no es posible mostrar eso».

La portavoz del Ejército israelí, Avital Leibovich, reconoció que la experiencia libanesa obligó a las Fuerzas Armadas a adoptar una nueva estrategia".